Por Tulio Ramírez
La situación de la universidad venezolana, al compararla con el universo de universidades de América Latina, revela una realidad compleja marcada por un declive significativo en varios aspectos claves. Hace tan solo 15 años, Venezuela mostraba al mundo, instituciones universitarias con gran reconocimiento en la región. En tan breve lapso de tiempo, la crisis económica, política y social que de manera continuada ha sufrido el país, ha impactado severamente en estas instituciones. Si bien es cierto que la debacle arropó a todas las universidades, incluyendo a las privadas, son las autónomas las que han sufrido con mayor severidad las consecuencias. Algunos indicadores nos revelan la magnitud de la crisis.
Identifiquemos solo algunos de estos indicadores. La falta de inversión, la fuga de cerebros (profesores e investigadores emigran en busca de mejores oportunidades), la falta de financiamiento para la investigación, así como la obsolescencia de equipos y laboratorios, han afectado gravemente la capacidad de las universidades venezolanas para producir en cantidad y calidad, la investigación a la que estábamos acostumbrados. De hecho, los artículos científicos generados en el país se han reducido considerablemente. De haber contribuido en 1996 con el 4.7% a toda la producción de la región, hoy apenas el aporte llega a 0,6%.
La escasez de recursos también ha impactado directamente en la calidad de la enseñanza. La no disponibilidad de materiales, el acceso a tecnologías, la dificultad para acceder a bases de datos que requieren un aporte económico en divisas para obtener la membresía institucional, la fuga de profesores de alta dedicación y escalafón por la precariedad de los sueldos y la no actualización de los planes de estudio, han impactado negativamente en la calidad de la enseñanza impartida.
Otro tanto tiene que ver con el impacto presupuestario en el mantenimiento de la infraestructura. Con la asignación por parte del ministerio de Educación Universitaria de solo el 3% del monto solicitado por las universidades, se ha visto afectado no solo el mantenimiento de las instalaciones, sino rubros indispensables para el buen funcionamiento de la universidad, como el transporte estudiantil, los programas de becas, el servicio de comedor y la atención médico-odontológica de los estudiantes.
Las llamadas universidades nacionales, otrora receptoras de alumnos de todas partes del país, dejaron de ser la escogencia prioritaria para los bachilleres que habitan en zonas alejadas a esos centros de estudio. La posibilidad de que familias asentadas en ciudades donde no hay presencia física de estas grandes universidades, puedan subsidiar a sus hijos para la realización de los estudios superiores en prestigiosas pero alejadas casas de estudio, es muy baja. Esta posibilidad disminuye aún más por el insuficiente monto de las becas estudiantiles. Recordemos que estas becas paliaban la situación económica de estudiantes con menos recursos. Gracias a esos programas, muchachos pobres de la capital y el interior del país, pudieron graduarse sin mayores apuros.
Todo lo anterior ha repercutido en la posición que nuestras casas de estudio tienen en los rankings internacionales. Utilizaremos para ello QS World University Rankings, una publicación anual de clasificaciones universitarias compilada por la empresa británica Quacquarelli Symonds (QS). Es considerado uno de los tres rankings universitarios más influyentes a nivel mundial, junto con el Academic Ranking of World Universities (ARWU) y el Times Higher Education World University Rankings.
Analizaremos las posiciones obtenidas por nuestras universidades en el año 2011, año en el que se publicó la primera edición regional del QS World University Rankings: Latin America, para luego compararlas con las obtenidas en el ranking correspondiente a 2025. Tomaremos para el análisis las 30 primeras universidades calificadas y las agruparemos por los países a los que pertenecen.
Según el QS Ranking del año 2011, 7 de los 33 países de América Latina y El Caribe agruparon las primeras 30 universidades de aproximadamente 325 que existían en la región. El primer lugar lo ocupó Brasil con 10 de estas primeras 30 universidades, estando entre ellas la que obtuvo el primer lugar (Universidad de Sao Paolo). El segundo lugar lo ocuparon Chile y Colombia con un total de 4 universidades cada una. El tercer lugar lo ocuparon México, Argentina y Venezuela con 3 universidades respectivamente. El cuarto lugar lo ocupó Perú con dos universidades y Costa Rica el quinto lugar, con una universidad. Por Venezuela las universidades mejor ubicadas fueron la Universidad Central de Venezuela (puesto 18), la Universidad Simón Bolívar (puesto 23) y la Universidad Católica Andrés Bello (puesto 25).
Para el más reciente ranking (2025), a partir de 431 universidades en 33 países, la distribución fue la siguiente: Brasil mantiene 10 universidades entre las primeras 30 y continua la Universidad de Sao Paolo ocupando el primer lugar. Chile aumentó su cuota a 9 universidades, manteniéndose como el segundo país con más universidades ubicadas en el ranking. Colombia se mantiene con 4 universidades. Argentina se mantiene con 3 universidades. México reduce su participación a 2 universidades. Costa Rica se mantiene con una universidad. Mientras que Perú y Venezuela ven reducida su representación a 1 universidad por país. En el caso de Venezuela la única universidad que se mantiene entre las 30 primeras de la región, es la Universidad Central de Venezuela ocupando el lugar nro. 28, bajando 10 peldaños con respecto a 2011.
Si bien es cierto que estos rankings no satisfacen las expectativas de todo el mundo académico, es innegable que constituyen un indicador de la situación de las universidades en la región. En el caso específico de Venezuela, las universidades autónomas están haciendo esfuerzos sobrehumanos para no colapsar definitivamente. Si queremos que nuestras casas de estudios superiores vuelvan a ocupar los lugares que otrora ocupaban en el panorama académico internacional, se deben atender con carácter de urgencia sus demandas presupuestarias como parte de una política de Estado que tenga como norte el relanzamiento de la universidad. Mientras tanto, las universidades autónomas luchan por sobrevivir.
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