Por Pedro González Caro
Durante el siglo XX y principios de este siglo, hemos sido testigos de acontecimientos históricos que han marcado un cambio decisivo en la situación política y social de muchas naciones que, sin lugar a dudas ni interpretaciones, han dejado una huella indeleble en la vida de los ciudadanos, por ejemplo, la Revolución de los Claveles[i], en Portugal el 25 de abril de 1974 para terminar con más de 50 años de dictadura, o las denominadas “Revoluciones de Colores[ii]”, que revirtieron procesos electorales cuestionados y fraudulentos por medio de movilizaciones populares (Georgia, noviembre de 2003; Ucrania, noviembre/diciembre de 2004; Kirguistán, marzo de 2005). Esta última secuencia producida en escaso año y medio fortaleció en los primeros meses del 2005 la percepción respecto a una positiva transformación de los sistemas políticos de algunas de las repúblicas postsoviéticas.
Democracia, un concepto amplio
La democracia es un concepto mucho más amplio que una simple forma de gobierno “del pueblo para el pueblo”, la democracia es una forma de vida. En democracia, los ciudadanos tienen la oportunidad de aprender y ayudarse unos a otros a formar los valores y establecer las prioridades que servirán de guía para instrumentar sus planes de desarrollo. Pero para lograrlo es imperativo desarrollar cultura cívica para construir comunitariamente los valores y principios que determinarán esa forma de vida y nuestra relación con el resto de los ciudadanos, con nuestra historia y nuestro gentilicio.
Los valores democráticos reconocen la igualdad de derechos, libertades, dignidad y obligaciones, sin diferencias originadas por su pertenencia étnica, política o social; respetan los derechos y la dignidad de las personas y reconocen a la democracia como un bien común para toda la sociedad. En la medida que estos valores se fortalecen, crece el vínculo entre el gobierno y el ciudadano; crece la democracia como forma de vida.
Con este marco de referencia, a partir de 1998 se ha dado en Venezuela un proceso de cambio y de replanteamientos en diversos ejes temáticos, algunos aún se encuentran en proceso de construcción. Uno de los ejes que ha sido alcanzado a nivel conceptual, es el concerniente al de la seguridad y defensa con una nueva propuesta de transformación cívico- militar, es decir, los diferentes componentes de la FAN, que en esencia son parte integrante del Estado, están llamados a integrarse y jugar un rol preponderante junto a un “nuevo” actor como lo es la sociedad civil.
¿Qué es lo que defendemos?
El proceso político venezolano, desde 1999 ha derivado en la construcción de un Estado socialista, que es rechazado por una muy importante parte de los venezolanos y que intenta imponerse bajo la premisa engañosa de la defensa de los más sublimes intereses de la patria, apoyados en una narrativa que pone a los ciudadanos al servicio del Estado, porque “el Estado somos todos”. Sin embargo, en la práctica, esta visión puede ser un arma de doble filo. Por un lado, si todos asumimos responsabilidad y vemos al Estado como una extensión de nosotros mismos, se fomenta un sentido de pertenencia y compromiso con la comunidad. Por otro lado, también es crucial que los ciudadanos mantengan una posición crítica frente al Estado, ya que este tiene estructuras de poder y fundamentalmente de dominación, que pueden desviarse de los intereses colectivos en favor del propio Estado.
Resulta imperativo asumir una conducta ciudadana para defender la ciudadanía, exigir derechos y rendición de cuentas al Estado. Con este mecanismo lo que se defiende es la supervivencia de la Nación frente a una amenaza nueva y aterradora. Materialmente se defiende, ciertamente a la tierra, al territorio, las instituciones y a los ciudadanos, se defiende a la Patria que es la herencia ancestral y a la vez el acervo patrimonial que se deriva de ella; pero el concepto de Patria incluye también valores y elementos espirituales que integran la cultura de una nación.
Como se puede ver, en el concepto mismo de patria hay un engarce profundo entre el aspecto espiritual y el material, entre la cultura que identifica al venezolano con sus valores, creencias, su gentilicio, pero muy por encima de ello con “la libertad”. Se defiende el trabajo, los recursos, el progreso y el bien común. La defensa es, en cierto sentido, una invocación, más aún, un clamor al “espíritu” de la nación que exige al ciudadano de hoy, que retome el profundo y trascendental significado de palabras como “virtud” y “honor”, que con orgullo, sin precedentes en la historia de Venezuela, entonaban nuestros antepasados en la canción patriótica que más tarde sería el Himno Nacional.
Se desprende entonces, que cada ciudadano, en su hogar, su familia, su comunidad y su trabajo, debe desarrollar y contribuir con acciones orientadas hacia la defensa de la “venezolanidad” comprendida como “todo aquello que ha permitido al venezolano ser”; que en esencia es la garantía de la supervivencia de la Nación. Defendemos las instituciones, la confianza en ellas y defendemos la posibilidad cierta de seguir siendo “venezolanos”.
Al tenor de lo descrito anteriormente y teniendo presente que los principios de defensa de la Nación, en su concepción sistémica de la realidad, abarcan todos los ámbitos, de manera transversal e interrelacionada, se hace indispensable que cada uno de los venezolanos, orientado por valores de justicia, integridad, y libertad, asuma el reto y el compromiso de defender nuestra herencia.
Surge la necesidad de defender el espíritu del 28 de julio. El «espíritu del 28 de julio» en Venezuela se ha convertido en un símbolo de resistencia y unidad ciudadana frente a desafíos significativos. Esta fecha, marcada por las elecciones presidenciales del 2024, representó un momento histórico en el que la sociedad venezolana se movilizó pacíficamente hacia su anhelo de vivir en libertad y bienestar y para expresar su rechazo al modelo impuesto por la fuerza del Estado.
A pesar de los obstáculos, como la violencia y el fraude electoral, los ciudadanos demostraron un compromiso excepcional con la democracia, superando divisiones y adversidades. Este espíritu encapsula valores fundamentales como la civilidad, la unidad y el sentido de urgencia para construir un futuro basado en el Estado de derecho.
Es un reflejo de la venezolanidad en su máxima expresión: la capacidad de perseverar, organizarse y luchar por los ideales que definen al país. Llegó la hora del ciudadano, como centro del proceso de cambio.
[i] Jordi Rosich PORTUGAL: LA REVOLUCIÓN DE LOS CLAVELES Cuando la clase obrera portuguesa tocó el cielo con las manos
[ii] Graciela Zubelzú Sistemas políticos, revoluciones de colores y perspectivas. Los casos de Georgia, Ucrania y Kirguistán”
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