Por Pedro González Caro
Exploremos juntos la profunda enseñanza de Mahatma Gandhi sobre la alegría intrínseca, que reside en la propia experiencia de luchar, en los valores que impulsan la lucha y que, contrariamente a lo esperado, no depende del resultado final. Este sentimiento, que frecuentemente asociamos con la felicidad, se presenta ante nosotros con múltiples rostros: puede ser el sosiego del bienestar, la serenidad de la contemplación e incluso la intensidad del placer. Algunas corrientes filosóficas han llegado a postular la felicidad como la finalidad última de la existencia humana, un estado que solo se alcanza con la consecución de nuestros objetivos. Sin embargo, Gandhi reinterpreta dónde reside la verdadera plenitud, al señalar que la verdadera fuente de plenitud no reside en la victoria final, sino en el proceso mismo: en la lucha y el esfuerzo inherentes al camino hacia la meta. Con esta afirmación, el maestro nos invita a valorar los principios que nos impulsan, sugiriendo que estos son los valores que verdaderamente encarnan la esencia de cualquier triunfo y la razón fundamental para perseverar en nuestro empeño.
Como fundamento de estos valores esta la fidelidad a la conciencia, implica una profunda reflexión individual sobre los valores esenciales que sustentan una sociedad libre y democrática: dignidad humana, justicia, igualdad, pluralismo, Estado de derecho. En el contexto venezolano, esto significa rechazar, por inadmisibles, las acciones y políticas que contravienen estos valores.
La conciencia activa se resiste a aceptar la injusticia, la corrupción, la impunidad y la restricción de libertades como algo normal o inevitable. Fomenta la indignación moral y la necesidad de actuar contra estas realidades. Es imperativo que cada ciudadano asuma su responsabilidad para construir el camino hacia la revitalización del anhelo de libertad y la construcción de una democracia genuina en Venezuela. El cultivo de una conciencia activa en la mayor cantidad posible de ciudadanos es un factor determinante. Es la chispa que enciende la acción, la brújula que guía la lucha y el cimiento sobre el que se puede construir un futuro más justo y libre.
En situaciones difíciles, cargadas de miedo y de frustración, es necesario que los ciudadanos den el primer paso, no dejarse vencer por el miedo, manteniendo viva la esperanza de un futuro mejor y la visión de una Venezuela democrática. Es crucial que los ciudadanos tomen la iniciativa, den ese primer paso que marca el inicio de una larga caminata donde la lucha misma es la esencia. Ese primer paso es fundamental porque rompe la inercia, la sensación de estar perdido, de no encontrar salida.
Como hemos discutido basándonos en Gandhi, el valor y la satisfacción reside en el esfuerzo constante, en la acción comprometida, en la defensa de los valores, incluso en medio de las dificultades. Esta mentalidad transforma la lucha en una fuente de dignidad, de conexión con otros que comparten los mismos ideales, y de crecimiento personal y colectivo. No se trata solo de alcanzar la meta final, sino en quiénes nos convertimos en el proceso.
El miedo es una herramienta poderosa utilizada por los regímenes autoritarios para paralizar la acción ciudadana. Superar el miedo es esencial para poder expresar las demandas, organizarse y ejercer presión para lograr el cambio social. Esto implica encontrar la valentía, que ofrecerá formas seguras y efectivas de actuar a pesar del miedo.
La esperanza es el motor que impulsa la lucha en los momentos más oscuros. Creer en la posibilidad de una Venezuela democrática, donde se respeten los derechos y las libertades, es lo que da sentido al sacrificio y al esfuerzo. Esta esperanza debe alimentarse con pequeñas victorias, con actos de solidaridad y con la visión clara del futuro que se desea construir.
La “larga caminata” implica construir resiliencia individual y colectiva, aprender de los errores, adaptarse a las circunstancias cambiantes y mantener la coherencia en los principios y valores democráticos. La sabiduría radica en la focalización estratégica. Concentrar la energía en el núcleo de personas comprometidas y en los objetivos primordiales maximiza las posibilidades de avance y evita la dispersión en asuntos que, a la larga, pueden resultar superfluos y perjudiciales.
Reconocer que la construcción de una democracia sólida y la recuperación de la libertad no son procesos rápidos ni fáciles, requiere perseverancia, resiliencia y la disposición a enfrentar obstáculos, retrocesos, caídas y recaídas. El cambio no vendrá mágicamente desde afuera, sino que requiere la iniciativa, la perseverancia y el coraje de los propios ciudadanos venezolanos. Al dar ese primer paso, al abrazar la lucha como un camino de dignidad y al mantener viva la esperanza y la visión, se sientan las bases para la construcción de una Venezuela democrática y de progreso para todos.
Mantener viva la esperanza requiere un acto de voluntad constante. Implica recordar los valores que se defienden, celebrar las pequeñas victorias, conectar con otros que comparten la misma esperanza y resistir a las narrativas que buscan sembrar la división y el desánimo.
La visión de una Venezuela democrática debe ser inclusiva y participativa, construida con las voces y aspiraciones de todos los sectores de la sociedad. Debe ser una visión que inspire y motive a la acción, ofreciendo un horizonte de esperanza real y tangible de progreso para cada venezolano.
En definitiva, la esperanza y la visión son las semillas de la transformación. Al cultivarlas y mantenerlas vivas, los ciudadanos venezolanos estaremos sentando las bases no solo para la restauración de la democracia, sino para la construcción de una sociedad más justa, equitativa y próspera para todos. Es un legado que se construye día a día, con cada voz que se alza y cada sueño que se mantiene vivo. Es un legado de amor por nuestro país, por nuestro gentilicio y por nuestra identidad.
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